Diario de un filósofo

 Pensaba Nietzsche que la decadencia de Occidente se    debía a la ruptura con el mundo griego. La visión trágica de lo humano, resultado de la rivalidad entre lo apolíneo y lo dionisíaco, la belleza y la desmesura, se manifestaba como elemento constitutivo del arte, de la libertad y del   amor a la vida. Triste es ver cómo -hoy- nuestro orígenes son adulterados. Tal vez debamos volver la mirada hacia aquel espíritu desbordante; volver a la época donde los dioses y los hombres luchaban por la eternidad; volver a la tragedia.

Parece que el nihilismo golpea fuerte. Regresamos a los proteccionismos, a las fronteras, al miedo al otro. Una crisis fatal se asoma, y con ella, el racismo, la intolerancia y la insolidaridad. Una economía global en un mundo sectario y partidista, endogámico hasta la saciedad. Parece que no hemos aprendido de las lecciones del pasado; recordemos, al menos, a aquellos que dieron la vida por nosotros, por borrar esos fantasmas que hoy muchos se esfuerzan en reavivar.

¿Qué le queda a un hombre nostálgico, en mitad de este frío y oscuro mundo? ¿Qué hacer, cómo actuar, cuando ves al ser humano indiferente a todo cuanto hay de espiritual y valioso? La realidad que nos acompaña y que compone nuestro mundo carece de sentido y significado si es vista, solamente, como aquello que está pasando. El camino que hemos de recorrer se encuentra atravesado, también, por nuestros recuerdos, por nuestros sueños. La fe en el hombre, en la belleza que desprende una vida insondable, inabarcable, es vista y etiquetada como "locura". Loco, pues, es aquel que se niega a formar parte de lo racional, que se niega a buscar una justificación de porqué este juego es como es. Loco es aquel hombre nostálgico, que añora su pasado hecho presente. Loco es aquel que enciende una vela, sacrificándose, para salvar a la humanidad...