Basta con echar una mirada a la situación de la filosofía en la actualidad, al menos en el ámbito universitario, para darse cuenta de que los valores del diálogo, del conocimiento y de la verdad se han perdido por completo. Ya no hay lugar para la discusión, la expresión libre de ideas o la reflexión crítica, elementos que antaño configuraban el espíritu propio de la filosofía, y que ahora son pervertidos por el academicismo, la búsqueda de interés propio y el despropósito económico-mercantil.
En verdad, el peligro mayor de nuestro tiempo anida en olvidar la autenticidad de la empresa filosófica, cuya finalidad no es otra que la de mantener viva la tarea del pensar. ¿Es realmente eso lo que se promueve en la universidad, poblada por intelectuales endogámicos -alumnos y profesores- que no saben distinguir mínimamente en qué consiste un principio de justicia y ecuanimidad? Quizás sea la presencia masiva de estos últimos, apátridas sin valores ni principios, la causa principal de la crisis de la que tanto se escucha hablar en estos años; ciertamente, la presencia transversal de mediocres en todos los ámbitos de la vida es la razón por la cual la sociedad, al menos en Occidente, adolece de las más esquizoides y psicóticas patologías hasta hoy nunca vistas.
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