El siguiente trabajo tiene el objetivo fundamental de
hacer una crítica de una de las más importantes e influyentes posturas o
corrientes de pensamiento de la historia de la filosofía, a saber, el
escepticismo. Para llevar a cabo nuestro análisis, dividiremos el trabajo en
dos partes. En primer lugar, haremos una breve exposición de los distintos
tipos de escepticismo que se han desarrollado a lo largo de la historia de la
filosofía. En este apartado daremos una definición más o menos general de lo
que se entiende por escepticismo, y contrapondremos el escepticismo pirrónico
al cartesiano, así como el escepticismo global al local; para finalizar esta
parte, haremos una breve reflexión sobre la posición de Hume respecto al tema
en cuestión e intentaremos, muy concisamente, ver si Kant aporta o no una
solución. En segundo lugar, enjuiciaremos críticamente el escepticismo desde el
planteamiento de la semiótica trascendental de Apel a la luz de la crítica del
sentido de Wittgenstein y el pragmatismo de Pierce.
Una definición básica y simple de qué es el escepticismo podría ser la
siguiente: “doctrina
de ciertos filósofos antiguos y modernos, que consiste en afirmar que la verdad
no existe, o que, si existe, el hombre es incapaz de conocerla”[1]. ¿Qué quiere decir, pues, que alguien es escéptico? Simple y
llanamente, escéptico es aquel que piensa que no existen creencias básicas (a
partir de las cuales podamos construir el “edificio” del conocimiento y llegar
a la Verdad). Creo que la mejor manera de caracterizar la actitud escéptica, ya
sea en filosofía o en cualquier otra disciplina, es contraponiéndola al
negacionismo. Mientras que éste último declara que las evidencias o
argumentaciones no tienen valor, el escéptico las exige como credencial para la
emisión de juicios. En este marco, lo que el escepticismo busca es la lucha
contra el dogmatismo. La duda es el motor que empuja al escéptico a la
investigación, pero nunca llegando a afirmar que se encuentra en posesión de la
Verdad. De lo que se trata es de suspender el juicio y seguir investigando.
Ésta es la postura que hallamos en Pirrón según Sexto Empírico.
Con esta definición en las manos, la primera distinción que podemos establecer entre tipos
de escepticismo es la relativa a las diferencias que hay entre el escepticismo
antiguo, fundamentalmente pirrónico, y el escepticismo moderno, desarrollado
fundamentalmente por Descartes.
El escepticismo pirrónico pretende ofrecer un código
ético al promover la epojé, esto es, una forma de vida basada en la defensa de la
suspensión del juicio; esta suspensión del juicio lleva a lo que los griegos
denominaban ataraxia, que no es sino
la imperturbabilidad del alma. La ataraxia
tiene su sentido si pensamos que, para el escéptico, no existe algo así
como verdades objetivas; no hay necesidad de “perturbarse”, pues el
enfrentamiento dialéctico no tiene sentido más allá de la simple curiosidad. El escepticismo antiguo se rige bajo la idea
de que a cada proposición se lo opone una igualmente válida. En este sentido,
los escépticos “pirrónicos” aspiraban a la serenidad del espíritu en aquellas
cosas ubicadas en el dominio de la doxa (opinión),
y al control del sufrimiento en aquellas cosas que ocurren por necesidad.
Frente
al escepticismo pirrónico, topamos con otro escepticismo, a saber, el
cartesiano, que tiene un tinte mucho más metodológico y una vertiente bastante
menos práctica. Descartes inicia su andadura filosófica con el rechazo de los
razonamientos silogísticos de la escolástica, los cuales parten de primeros
principios fundados en la fe o la autoridad, y lleva al escepticismo, al menos en
una primera fase metodológica, a su extremo más radical. Descartes busca la
fundamentación última de la filosofía primera en un principio evidente; por
ello, utiliza la duda universal como punto de partida. Esta duda universal pone
en tela de juicio no sólo la verdad de las proposiciones de percepción, sino
también la verdad de las matemáticas (genio maligno), sin olvidarnos, por
supuesto, de la no distinción entre la vigilia y el sueño. Descartes creyó encontrar
su principio indubitable en el cogito,
esto es, en la existencia del ser que duda. En la última parte del ensayo,
veremos cómo incluso antes de la duda ya hay ciertas cosas que uno no puede
negar sin caer en una contradicción performativa. En cualquier caso, se observa
cómo existe una clara diferencia entra las dos formas de escepticismo. Por un
lado, una forma de vida, un medio para alcanzar la felicidad y evitar el dolor;
por el otro, un método para llegar a la Verdad, un instrumento para manipular
el mundo.
Existe otra distinción entre tipos de escepticismo mucho menos sustancial y
más conceptual; me refiero a la distinción entre escepticismo global y
escepticismo local. ¿Qué diferencia hay entre estos dos tipos de escepticismo?
La diferencia la encontramos en el alcance que cada uno de los dos
escepticismos tiene en la duda. Un escepticismo local sólo pondría en duda una
“parte” de nuestro conocimiento acerca de las cosas, como puede ser el
conocimiento científico, o el conocimiento por revelación, o el conocimiento
acerca de las otras mentes, etc. mientras que el escepticismo global pone en
duda que haya alguna creencia básica que constituya conocimiento real; es
decir, el escepticismo global alcanza todo el conocimiento humano (mientras que
el parcial sólo afectaría a un ámbito particular del mismo).
El
escepticismo global nos dice que es posible que todas las creencias que tenemos
acerca del mundo y mantenemos como verdaderas no lo sean, o bien porque sean
falsas, o bien porque, incluso en el caso de que fuesen verdaderas, no podemos
justificarlas. Este punto será cuestionado más adelante, en el que mostraremos
cómo es imposible mantener la tesis según la cuál todas las creencias son
falsas (al menos simultáneamente) sin caer en una contradicción performativa. En
cualquier caso, de este escepticismo global se derivan dos problemas: primero,
el problema acerca de cómo demostrar que nuestros pensamientos están,
efectivamente, en conexión con el mundo; segundo, el problema de cómo sabemos
lo que sabemos. En relación a esto, contestaré más adelante, sin embargo, una
buena forma de responder a la tesis del escepticismo global es la siguiente: el
que cualquier creencia p pueda ser
falsa no implica, en modo alguno, que todas nuestras creencias p sean falsas. Pero antes de exponer las
objeciones al escepticismo, pasemos a hacer una pequeña reflexión sobre qué dijeron
Hume y Kant respecto al problema del escepticismo.
Vamos a explorar, en líneas generales, el planteamiento filosófico de Hume
en relación al escepticismo, y después veremos si Kant aporta o no una solución
al mismo. Como es sabido, Hume concluye un escepticismo radical a partir de sus
principios empiristas. Para el filósofo escocés, cualquier noción a la cual no
corresponda una impresión sensible es una noción vacía. Siguiendo este
criterio, Hume analiza las grandes nociones o categorizaciones tradicionales de
la metafísica, tales como “mundo”, “yo”, “Dios”, “Causa”, etc. las cuales son
desechadas posteriormente. Según nuestro filósofo, no podemos afirmar que el
movimiento de la primera bola de billar (A) es causa del movimiento de la
segunda (B), que sería su efecto; simplemente estamos instalados en el hábito
de ver que siempre que se da A, posteriormente se da B. Pero no hay algo así
como una conexión causal entre A y B. Lo único que hay es una proyección
humana. El hombre, psicológicamente, necesita de esta proyección para ordenar
el mundo. Al final, Hume aboga por el escepticismo en concordancia con su
honestidad intelectual y el rigor metodológico que le es propio.
¿Qué
solución aporta Kant al problema de Hume? Kant nos dirá que la causalidad y
todas las categorías humanas son condición de posibilidad para la experiencia.
Sin unas formas a priori de espacio y
tiempo, y sin una categoría de causa (entre otras), no podríamos tener
experiencia de los fenómenos. Esto
puede entenderse, a mi juicio, de dos modos: en primer lugar, algunos han
querido ver aquí el logicismo de Kant, esto es, un desarrollo las categorías en
un sentido lógico, dando un paso más que Hume, quien, ingenuamente, se quedó en
una perspectiva meramente psicológica. A mi modo de ver, Kant no dice nada que
no haya dicho antes Hume; lo único nuevo que plantea es la nomenclatura con la
que aborda exactamente lo mismo; es decir, hablar de lo mismo con distintas
palabras. En un segundo sentido, se puede argüir que la causalidad no es ni una
categoría lógica ni una proyección psicológica, sino algo que está en el mundo
y de lo que se puede tener experiencia “directa”. Se puede defender,
arduamente, que el hábito del que habla Hume y del cual tenemos experiencia es,
frontal y radicalmente, experiencia de la causalidad. No es mi intención
defender o argumentar ninguna de estas posiciones a fondo, pero si resaltar las
distintas posibilidades que se nos abren a medida que vamos analizando el
problema.
Dicho esto, me gustaría en estos dos últimos párrafos exponer el que, a mi juicio, es el argumento
más fuerte en contra del escepticismo. El argumento es el expuesto por Apel en
su intento de refundamentar el paradigma cartesiano a la luz de una semiótica
trascendental que conjuga la crítica del sentido de Wittgenstein con el
pragmatismo de Pierce. El argumento hace referencia a los presupuestos y
condiciones de posibilidad del acto de comunicación y del espacio
argumentativo. El escéptico, nos dice Apel, no puede afirmar que no hay ninguna
creencia básica sin caer, al mismo tiempo, en una contradicción performativa,
pues la comunicación ya presupone una comunidad semiótica de intérpretes
(pragmática) que es compartida por todos (incluido el escéptico, desde luego).
En su propio acto de habla el escéptico está demostrando justo aquello que
quiere refutar. Del mismo modo, Apel recoge la crítica del sentido de
Wittgenstein, la cual nos dice que no tiene sentido hablar de duda si no hay
conocimiento. La duda, nos dirá Wittgenstein, ya presupone la certeza paradigmática.
Un caso ejemplar de esto es cuando Descartes decide suspender todos los juicios
de percepción como falsos, sin darse cuenta de que para que existan juicios de
percepción falsos es necesario que haya al menos algunos juicios de percepción
verdaderos en virtud de los cuales podamos juzgar como falsos los otros
juicios.
En cualquier caso, un escéptico deberá admitir como
mínimo esta semiótica trascendetal, de lo contrario se imposibilitaría la
comunicación. Pero yo creo que se puede ir más lejos; a mi modo de ver, no
tiene sentido hablar de una comunidad lingüística-semiótica trascendental si no
hablamos antes de un conjunto de juegos del lenguaje que surgen a partir de
distintas formas de vida. Del mismo modo, creo que es condición de posibilidad
de estas formas de vida la existencia de un mundo, aunque esas formas de vida
expresadas lingüísticamente en diferentes juegos -los cuales, a su vez, están
enmarcados en esa pragmática trascendental- no representen el mundo, sino que
“sólo hablen de él”. Una última tesis sería la relativa a la existencia del
sujeto, siendo para mí un absurdo mantener una proposición tal como “Yo no
existo”, la cual es, a mi modo de ver, otra contradicción performativa. Hemos
llegado por lo tanto a una serie de presupuestos que no se pueden negar sin
caer en una manifiesta contradicción, de tal modo que, siempre desde esta
interpretación que he mantenido a lo largo de texto, creo que la opción
trascendental responde a los argumentos del escepticismo.
Me ha servido de gran ayuda, gracias por el aporte, esta muy bien compuesto la verdad y es bastante entendible !
ResponderEliminarGracias. ¡Un saludo!
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