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Construyamos el pasado

Ella era lo más hermoso que jamás se había presentado ante mis ojos. Su dulzura, su elegante gestualidad, su inconfundible aroma. Un vívido recuerdo me sobreviene cuando por azar o necesidad ocurre algún evento, aparece algún detalle relacionado con ella. La fatalidad de sus ojos, sabedores de mi total claudicación; los pendulares movimientos de sus colgantes, brillantes como el sol en una noche de luna llena; su risueña sonrisa, antesala del brillo resplandenciente de sus labios. No os miento si os digo que me enamoré hasta los huesos de su excelsa figura, de su incontenible atracción física. Una figura, amigos, digna de ser contemplada por los dioses en lo más alto del Olimpo. La experiencia de la belleza por fin encontró sujeción en el contorno de la palabra. Mas el lenguaje era insuficiente para explicar todo cuando ella producía, todo cuando de ella se desprendía. Su caminar enmudecía salas enteras; su vestido rojo quedaba impreso en la mente de todo aquel que osara mirar. ¿Qué hacer ante semejante obra de arte? ¿Cómo reaccionar ante tal diosa de la belleza? La respuesta no estaba al alcance, pero ello no importaba. Me acerqué a ella, le ofrecí una copa y le dije que la amaba, que llevaba amándola durante toda mi vida. Ella me contestó que eso era imposible, que acabábamos justo de conocerlos. Y yo le repliqué que  juntos podíamos construir el pasado. 

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