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Notas tras el final de la segunda temporada de "The leftovers"


Bueno, qué decir de la segunda temporada de "The leftovers" más allá de lo evidente. Es una seriaza, concretamente la mejor serie del último año. En efecto, "The leftovers" es una obra de arte, y su segunda temporada ha consagrado los fundamentos de una primera temporada ya de por sí brillante, con una caligrafía fílmica atípica que ha conseguido penetrar en el fondo de las emociones humanas para colocarlas al servicio del espectáculo televisivo más grandilocuente que jamás haya podido contemplar. Sobran las palabras para calificar todos los elementos, tanto técnicos como narrativos, que hacen de esta serie una verdadera muestra de epicidad audiovisual. Desde la puesta en escena, hasta la interpretación de los actores (mi empatía por Justin Theroux sobrepasa lo racional y lo razonable) o la banda sonora, pasando por el arco argumental, que nos propone un universo metafísico y místico sorprendentemente cercano, todo cuanto hay en "The leftovers" es digno de admiración y una prueba de que la experiencia artística todavía puede producir convulsiones en lo más hondo de nuestro ser, para bien o para mal.

El desplazamiento semántico que sufre esta segunda temporada alcanza forma bajo la presunción, por parte del espectador, de que ya no es importante la razón de la Ascensión del 14 de Octubre, encumbrándose más si cabe el aspecto puramente humano, el componente esencialmente existencial. Aceptado eso, lo que se busca ahora es el refugio, el olvido, la quietud. El sentido de la vida lo da el deseo de retornar a ese hogar que tanto añora Kevin en su segundo viaje hacia la muerte, en esa familia que perdura unida ante la adversidad, ante la fragilidad y la erosión que causa lo inexplicable, aquello que no podemos entender y que nos arrebata a nuestros seres queridos. La elevación emocional con respecto a la primera temporada es clara, así como la incontinencia de lo sublime, lo inefable, lo poroso. Las respuestas parecen ser mucho más evidentes y palpables, mucho más vívidas a ojos no solo del espectador sino también de sus protagonistas. El vector que articula toda la urdimbre de emociones, sentimientos, estados de ánimo o pensamientos de Kevin es mucho más diáfano en la medida en que la muerte se nos hace patente. Así, paradójicamente, serán los Culpables Remanentes (que nunca se fueron), quienes, haciéndonos recordar que la muerte está muy presente, nos ayuden a comprender el valor ineluctable de la vida.

En esta segunda temporada, a diferencia de la primera, se han desbrozado más elocuentemente los aspectos internos de los personajes colindantes a Kevin, de tal modo que la patencia generalizada del dolor ha conseguido cristalizar en una idea mucho más tangible y, quizás, clarividente. Con ello, se ha agrandado la completud de la serie, dando profusión y coherencia a la narración, si bien es cierto que el minimalismo de algunos capítulos deja la puerta abierta a ciertas cuestiones sin resolver, pero en términos generales se ha dispuesto todo un escenario consistente y sin trampas. En ese sentido, la serie ha demostrado su capacidad de articular un todo sin necesidad de recurrir a los viejos trucos de las elipsis inconexas, las voces en off, los encuentros fortuitos u otras tantas estratagemas muy vistas en la televisión últimamente. Más allá de la pornografía emocional, "The leftovers" consigue ser creíble; su discurso (o más bien, la ausencia de discurso) tiene un innegable éxito a la hora de desvelar las claves de la condición humana y ponerlas en forma de lo que sería una tragedia contemporánea (tal vez la única de toda la parrilla televisiva).

En definitiva, una serie con una envidiable profundidad psicológica, una atractiva premisa que, si la HBO quiere, puede seguir aportando cosas muy interesantes, una incomensurable capacidad de generar emociones en el espectador, una banda sonora que pone los pelos de punta y un final embriagador que la hacen la mejor serie-temporada de 2015. 

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