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La cena

Después de varios meses sin verse, los cinco habían quedado para cenar en la nueva casa de Rojo. Como de costumbre, Azul llegó tarde, lo que provocó las reprimendas de Amarillo:

- Siempre igual. De verdad, yo ya no sé si es que lo haces a posta o es que tienes un talento innato para fastidiar al resto -dijo, con un tono claro de reproche.
- Sabes que una de mis virtudes consiste en hacerme desear siempre que pueda -contestó Azul, no sin cierto aire de burla.

Verde estaba sentado en el sofá del salón principal, sorbiendo con delicadeza una copa de vino tinto mientras observaba a sus compañeros con una mirada de desprecio. De entre todos, Verde era sin lugar a dudas el más sofisticado. Vestía trajes caros, aprovechaba cualquier ocasión para citar a alguno de sus filósofos favoritos y no podía evitar usar un lenguaje condescendiente para con el resto:

- No entiendo qué hacemos aquí hoy. Estoy empezando a pensar que Rojo ha perdido definitivamente el poco juicio que le quedaba si piensa que existe alguna forma de que esto salga bien.
- Podrías haberte quedado en casa haciendo... no sé, lo que sea que hagas en esa "empresa" tuya -dijo Amarillo, en un arranque de sinceridad.
- Como decía Nietzsche, "lo que no nos mata, nos hace más fuertes". ¿Cierto? -contestó Verde, ignorando el intento de Amarillo de hacerle enojar.
- Chicos, chicos, tranquilos. Estamos aquí para pasar una buena noche. Vamos a cenar, a beber y, quién sabe, quizá incluso reír. Eso ya sería la hostia, sobre todo teniendo en cuenta el ambiente cargado que hay aquí -dijo Azul, de nuevo burlonamente. 
El grupo de amigos era inseparable. Pero un evento relativamente reciente había provocado la ruptura de las relaciones que, durante años, habían construido. Con todo, Rojo consiguió reunirlos de nuevo, arguyendo que tenía que contarles algo "importante". Tras unos minutos, llegaron al salón, procedentes de la cocina, Rojo y Blanco. Se saludaron con el resto de compañeros, sirvieron los platos y dieron comienzo a la cena.

- Siento haberos hecho esperar. En todo caso, me alegro de que estéis aquí. No quiero soltaros una chapa, simplemente esperaba que, como antaño, pudiéramos pasar un rato juntos. Se lo estaba comentando a Blanco mientras me echaba una mano en la cocina -dijo Rojo.
- Tiene razón, tíos. Esto ha ido demasiado lejos. Al menos, deberíamos ser capaces de tratar el asunto como adultos. No digo que tengamos que ser mejores amigos otra vez como si nada hubiera ocurrido; tan solo creo que sería bueno para todos buscar normalizar la situación -añadió Blanco, que siempre adoptaba posturas favorables a la opinión de Rojo.
- Estáis mal de la puta olla -replicó Verde-. He venido por respeto, Rojo, porque considero que tú no tuviste nada que ver. Aún así, esto está mal. Y lo sabes. En fin, podemos cenar y dejar la charla para otro momento.
- Por fin, después de años, estoy de acuerdo contigo -dijo Azul, irónicamente-. Vamos a papear, a beber y toda la movida. Yo es que no he merendado. Y cuando no meriendo, no sé por qué, me entra hambre.
- Sigues siendo igual de tonto -le soltó amarillo, que, no obstante, no pudo evitar reírse con el comentario de Azul, el más gracioso del grupo sin lugar a dudas.
- ¡A eso me refería! -exclamó Rojo, mientras cortaba pan con un cuchillo viejo-. Amarillo riéndose de las tonterías de Azul. Bien. Algo es algo.
- No te hagas ilusiones. Solo es un espejismo -dijo Verde, que siempre aportaba la nota pesimista a todo-. Bueno, ya que estamos reunidos, puedes decirnos qué es eso tan importante que tenías que contarnos.

- Esta bien. Prefiero ir al grano y dejar el suspense para otro momento. Después de lo que ocurrió entre nosotros, estuve bastante perdido emocionalmente. No sabía que hacer con mi vida, no sabía hacia donde dirigir mis pasos. La mayor parte del tiempo la pasaba en casa, sin hacer nada. Me despidieron del trabajo, como ya sabréis, y dediqué mis fuerzas a indagar en el vacío que había dejado vuestra marcha. Jamás pensé que fuera tan sensible a estas cosas. Joder, de hecho, siempre he criticado todo el rollo sentimentaloide. Pero, aun así, no podía evitarlo. Estaba roto. Entonces, un día, decidí marcharme de casa y caminar. No tenía rumbo ni dirección. Caminé durante dos días seguidos, hasta que acabé en una casa abandonada en las afueras de la ciudad. Como estaba exhausto, decidí tocar a la puerta y pedir alojamiento y comida. No había dormido en casi 48 horas y estaba prácticamente deshidratado. Me abrió la puerta una anciana de unos 80 años. No me dijo su nombre, simplemente me cogió del brazo y me ofreció entrar. Me sirvió comida y agua y me invitó a tumbarme en el sofá haciéndome gestos con la mano. Era una vieja casa de madera, de las que ya no se construyen. El caso es que la anciana no soltó ni una sola palabra. Durante todo el rato que estuve con ella, no articuló ni una frase. Me quedé dormido en el sofá y, al despertar, había una nota encima de la mesa. Decía lo siguiente: "Ahora eres el portador de la maldición de esta casa. Solo hay dos formas de romper dicha maldición. La primera, hacer que un invitado entre y se quede dormido en el sofá, sin decir ni una sola palabra. La segunda, si decides hacer uso del lenguaje, consiste en invitar a cuatro personas con las que tengas una relación especial y hacer que se maten entre ellas, quedando vivo solo uno de ellos. Tú quedarás liberado de la maldición y el ganador obtendrá una recompensa: podrá hacer realidad un deseo. Suerte"

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