Una de las claves del capitalismo actual es que su fuerza no reside ya -al menos, no exclusivamente- en el poder que deriva del derecho de propiedad. No estamos ya ante una burguesía territorial, que controla la producción e impone sus condiciones a la clase asalariada. Más bien, nos las habemos con una clase dominante difuminada cuyo ejercicio del poder reside en prácticas, digamos, "simbólicas"; el valor no se extrae ya de la tierra y la fuerza física del obrero, sino del trabajo cognitivo (formándose lo que Bifo llamaba "cognitariado", entendida como nueva clase social mayoritaria y oprimida). Pensémoslo bien. Nadie tiene ni idea de qué o quiénes son los mercados financieros; sin embargo, la preocupación por su estado o situación determina las reglas de las, en teoría, sociedades democráticas. No son pocas las ocasiones en las que el poder político alude a la necesidad de "calmar a los mercados" o "dar seguridad a las empresas". La opacidad del algoritmo sustituye a la deliberación pública como mecanismo de gobierno. Así, cabe preguntarse: ¿Qué tipo de sociedad se ha creado al calor de este capitalismo delirante? Son cuatro, a mi modo de ver, las notas sobre las que se compone el delirio neoliberal en el que vivimos.
En primer lugar, la aceleración del tiempo. Huelga decir que el tiempo cronológico (chronos) y el tiempo vivido (aión) son cosas bien distintas. Así, la aceleración haría referencia al modo en que psicológica y socialmente percibimos el tiempo. Este es un tiempo "acelerado" en la medida en que, entre estímulo y respuesta, no existen instancias mediadoras. A ello contribuye sin lugar a dudas la conectividad permanente que, por mor de la implementación masiva de las tecnologías de la información y la comunicación, se impone en el día a día. En paralelo, se degrada el pensamiento y la reflexión crítica, necesitadas de una pausa, una demora y una atención que, sencillamente, es imposible de alcanzar hoy. Patologías psicosociales y un estrés crónico cuyo único punto de fuga es el consumo de bebidas con cafeína y de psicofármacos de diverso tipo.
En segundo lugar, un consumo masivo de productos culturales sin pauta ni sentido alguno. Especial mención necesita en este apartado el "atracón de series". Las plataformas culturales de streaming han puesto a nuestra disposición catálogos infinitos de series para visionar en forma de "maratón". La concatenación de contenidos visuales se produce sobre la base de una irrefrenable obligación de "ver algo". Pero ver, como meros sujetos pasivos de una relación concreta, no implica "aprovechar" o "ser partícipe de". De ahí que un visionado rápido y continuado de una serie deje un poso amargo, como si, en realidad, no hubiéramos "hecho gran cosa"; y por eso, también, la necesidad inmediata de rellenar el hueco vacío con otro producto audiovisual al uso.
En tercer lugar, la turistificación de las experiencias. Sí, hoy en día nos cuesta estar solos. ¿Por qué? Quizá porque las sensaciones son capturadas por una lógica consumista y su valor reside en com-partirlas. No es solamente postureo -que también-, sino algo más profundo, a saber, el desfondamiento de la identidad individual. Si todo objeto es mercancía, en el sentido de que resulta susceptible de ser conceptuado -aunque sea simbólicamente- como algo económicamente intercambiable, entonces el marco es consumista; y el consumo, salvo raras ocasiones, tiene vocación de proyectarse hacia los demás. De este modo, las experiencias ricas en matices o sugerencias para la existencia individual quedan canceladas en virtud de una mediación consumista.
Y, en cuarto lugar, conectado con lo anterior, la dificultad de construir un sentido de comunidad que no pase por el imaginario de la empresa-mundo. Todo es consumo y, en consecuencia, todo proyecto vital queda subordinado a la lógica de la ganancia. El horizonte queda reducido al corto plazo. El crédito y la deuda, instituciones típicamente financieras, traspasan las barreras de la economía para instalarse en la vida propia y genuina. Formar parte de algo significa tener un empleo que nos permita consumir al igual que nuestros "pares". Desechada toda búsqueda de un valor alternativo -al margen de fanatismos-, la comunidad se vuelve más insolidaria y egoísta; se aleja paulatinamente de los ideales compartidos de justicia y bien común. Un bosque cuyos árboles no se comunican entre sí, formando un deshilvanado ente sin pies ni cabeza. Una comunidad invertebrada donde solo hay inercia y donde todos se dejan llevar. Pero la pregunta es: ¿A dónde?
Si me permite hacer un humilde e inexperto comentario le quisiera compartir mi percepcion al respecto del punto segundo sobre "consumo masivo de productos culturales sin pauta ni sentido alguno" veo personalmente dos lados de una moneda va asi la primera cara es la que usted define y la segunda cara es la que yo percibo este consumo de producto son para inducir a las personas a un letargo modelandolos a no reaccionar y no tener un pensamiento critico puesto que nos llenan la mente con enlatados de que los heroes de EEUU (avengers, etc) que salvan a todos en el mundo de grandes peligros, creando falsos dioses de barro, induciendo al ser humano en un conformismo falso y normalizandonos paulatinamente a un sometimiento de las acciones (sean injustas o justas) del pais de los dioses de barro, nos hacen creer que todo los que es de ahi es bueno es "el pais de las oportunidades y del sueño americano" cortandonos la creatividad y las soluciones propia de nuestras naciones y de nuestras culturas (no nos permiten esforzarnos o desarrollarnos aunque nos cueste) llevandonos a creer que debemos esperar al pais de dioses de barro porque sus soluciones son las mejores (sarcamo).
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