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Mi vida después de ocho años escribiendo

Creé este blog hace ocho años, cuando era estudiante de Filosofía en la Universidad de Granada. Tras este tiempo, escribo la entrada número cien. Algunas de ellas, como el resumen de la Poética de Aristóteles, acumulan más de 300.000 visitas (supongo que por el sincero interés en la filosofía griega y no con ánimo de hacer "copia y pega" para los trabajos del instituto), mientras que otras apenas han llegado a la treintena de visualizaciones. Nunca me he tomado la escritura como un trabajo (en principio, como comprobaréis más adelante), sino, más bien, como un espacio de desarrollo del pensamiento y de disfrute o placer. Un lugar en el que poder expresar inquietudes, reflexionar sobre temas de interés o, sencillamente, dar rienda suelta a la necesidad humana de contar cosas. La idea de crear un blog, algo que -dicho sea de paso- hice sin pretensiones de profesionalización, me surgió a raíz de la lectura de algunas publicaciones de un buen amigo mío, compañero de la carrera. José Luis era -y es- un escritor brillante, capaz de sintetizar en unas pocas líneas ideas complejas, de dotar de claridad y significado a las palabras que solemos emplear para describir la realidad. Nunca tuve su sensibilidad literaria, a pesar de lo cual decidí -no sin cierta sensación de incertidumbre- que quería tener un espacio propio en el que, de vez en cuando, poder escribir alguna que otra cosa. Pues bien, tras ocho años muy irregulares, con períodos largos de inactividad (años en los que apenas me apetecía publicar), vuelvo a mi casa, a mi blog, para reflexionar sobre los ocho años transcurridos desde aquel momento a esta parte.

Mi vida no es especialmente interesante. A decir verdad, paso la mayor parte del tiempo delante de un ordenador (mi trabajo va sobre eso), leyendo, investigando y, casualidades de la vida, escribiendo. Que escribir sea al mismo tiempo parte de mi actividad profesional y algo que me hace disfrutar sin más es, ciertamente, un hecho extraño. A veces me cuesta disociar el placer de la obligación, lo que me gusta hacer de lo que "debo" hacer; ello repercute, lógicamente, en el disfrute que uno puede extraer de la actividad en sí. Pero no es este el tema de la disertación. El caso es que escribir, y más aún, escribir sobre lo que uno siente, piensa o cree, siempre me ha parecido más interesante que narrar historias de cualquier otro tipo. Vengo, por tanto, a contar qué ha ocurrido en mi yo interior, en mi mente, en mi "cabeza", durante estos últimos ocho años. Puede ser una aventura interesante para aquellos lectores que, por extrañas razones vinculadas al azar (me conocen, son mis amigos o cualquier otra circunstancia), han venido a parar aquí.

La primera entrada que escribí versaba sobre "el pequeño átomo". En aquel entonces, estaba leyendo el maravilloso libro de Bill Bryson, titulado "Una breve historia de casi todo", una obra de divulgación científica que me cautivó desde el primer momento. Quise, en un ejercicio descarado de parafraseo reelaborado, dejar aquellas frases guardadas para siempre, enmarcarlas en la incorruptible nube digital. Muchos otros temas pasaron por el blog: cine, series, cuestiones filosóficas, temas de interés político o reflexiones íntimas, todas ellas guiadas por el ánimo que mueve la pluma de todo escritor: curar el alma. Sí, puede sonar excesivamente poético o metafórico, pero la escritura es una forma terapéutica de enfrentarse a la vida y sus avatares. Una mirada lúcida y prolongada a estos últimos ocho años es la prueba fehaciente de que cada letra, cada signo de puntuación, cada frase formulada, han sido un fármaco (de la raíz etimológica griega pharmakos, que significa "chivo expiatorio") para mí y mi existencia. Un fármaco no susceptible de ser encapsulado, un fármaco escurridizo, elusivo, enigmático, pero también mágico. El poder de la escritura reside en su capacidad de encantar el mundo, de embellecer las cosas, de hacer que las personas puedan mirarse a través del lenguaje y no solamente por medio de los sentidos. 

José Luis y yo, allá por 2013

José Luis y yo, allá por 2013

He escrito porque lo he necesitado para vivir, del mismo modo que el pez necesita el agua o el barquero las monedas. Ocho años escribiendo, ocho años viviendo. Por supuesto, este blog representa únicamente una ínfima parte de lo que he escrito y, por ende, de lo que he vivido. Trabajos académicos, artículos, reflexiones íntimas, documentos, esbozos, capítulos de libro, unidades didácticas, reseñas, protocolos, cartas, mensajes privados, ensayos y una tesis en camino (con un proyecto de libro), entre más y más cosas. Es cierto, todas esas cosas las he escrito porque lo necesitaba para vivir. No obstante, sabemos que "vivir" no es una palabra unívoca; puede querer decir "salir del paso", "sobrevivir" o "hacerlo porque da sentido a nuestra existencia". Todo ello se entremezcla y hace más difícil el asunto. Con todo, este blog, este mundo que he creado, siempre ha tenido una nota diferenciadora respecto del resto de cosas que he escrito: el ejercicio de pura voluntad que movía mis dedos al escribir. Libertad, esa sensación de "no estar obligado a", incongruente con la necesidad vital que me lleva, una vez más, a redactar estas líneas. ¿Es esto una paradoja lógica? ¿O un simple juego de palabras con el que pretendo burlarme del lector? Nada más lejos de la realidad: es expresión cierta y verdadera de un profundo respeto por el arte de la escritura, por su valor intrínseco para la vida, al menos, para la buena vida, esa que es digna de sí misma. Después de ocho años, tengo la certeza de que no podría vivir sin escribir, porque escribir no consiste solamente en poner palabras en una secuencia ordenada; escribir es, antes que cualquier otra cosa, dar sentido a lo que hacemos. Y díganme, amigos, ¿se puede vivir sin un sentido?

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