El verdadero mal de nuestro tiempo es la falta de autenticidad. Nuestro modo de estar en el mundo es impropio. Absorbidos en lo cotidiano, seguimos las indicaciones de la masa para huir de nosotros mismos. Así, evitamos la responsabilidad que supone hacerse uno a sí mismo. Erramos por este mundo inmundo, sin valorar nada, sin apreciar nada. Carecemos de morada. Hemos dejado de habitar el mundo para ser amos y dueños del mismo. Nuestro ser, enajenado; nuestra libertad, abandonada.
¿Y a esto lo llamáis vida? ¿Acaso no es este mundo el último humo de la realidad? ¿Qué más debe ocurrir para que el ser humano escuche de una vez por todas? ¿Todavía no se ha dado cuenta el último hombre de que los ídolos han llegado al ocaso? ¿Cómo soportar esta existencia abrumada por la estupidez y el regocijo de lo inauténtico?
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