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Prometo que cumpliré esa promesa

Dice Platón en "El Banquete" que primitivamente había tres especies de hombres: unos todo hombres, otros todo mujeres, y los terceros hombre y mujer. Estos hombres estaban unidos por el ombligo, y tenían cuatro brazos, cuatro piernas, dos semblantes en una misma cabeza, opuestos el uno al otro y vueltos del lado de la espalda; los órganos de la generación dobles y colocados del lado del semblante, por debajo de la espalda.

Esta raza de hombres era fuerte. Se hizo orgullosa y atrevida hasta el punto de intentar, como los gigantes de la fábula, escalar el cielo. Para castigarles y disminuir su fuerza, Júpiter decidió dividirlos. Es por eso que siempre estamos buscando "nuestra media naranja", porque estamos incompletos. Somos imperfectos, cuerpos que anhelan juntarse con otros. De ahí que el desamor genere tanto dolor, tanto sufrimiento. Va en nuestra condición compartir, llenar ese vacío que solo otra persona nos puede dar. El deseo, así, es anterior al objeto deseado, nos guía hacia nuestro destino, nos mueve hacia la perfección. Sí, eres perfecta, porque a mi lado siento que puedo volver a tocar el cielo. Los dioses pueden juzgarnos, pero no comprendernos; porque, para amar, hay que ser imperfecto, hay que sentir la llamada del otro, ir a su encuentro, coger su mano y rezar por hacer de ese momento un momento eterno.

Si para Platón el amor no consistía en desear las cosas físicas de esta realidad, sino la idea misma de Belleza, incorruptible, eterna, inteligible solo en su mundo metafísicamente ideal, he de confesar, en honor a la verdad, que te amo en ti misma, con todo lo que eres y representas, por todo lo que significas. Sublimo en mi amor por ti todas las pasiones y sobrevuelo este mundo mundano. Si esta vida tuviera que pender de una sola promesa, sería la promesa de que te amaré por siempre. Prometo que cumpliré esa promesa.

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