Una cultura que evita toda reflexión acerca de la muerte es inexorablemente una cultura que rechaza la vida y la dignidad inherente a ella. Pues solo desde la conciencia radical de nuestra finitud, de nuestra absoluta y irremediable contingencia, adquiere la vida algún tipo de valor, algún tipo de significado. Entonces, cabe preguntarse por qué el tema de la muerte es tabú, y cuáles son las causas que hacen que dicho tabú perdure en el tiempo. Es cierto. Hoy día, y desde hace mucho tiempo, la muerte es un tema esquivo, poco tratado por los medios de comunicación más allá del sensacionalismo diario y sinsentido, eliminado del ámbito educativo y todavía reacio a convertirse en una cuestión de dominio público. La muerte, como condición elemental que constituye el valor de la vida, es maltratado por una sociedad miope, patológica y autocompasiva. Tal elusión de la muerte, de cualesquiera reflexiones o debates, tiene una razón de ser histórica y específica. Por tanto, conviene eliminar del análisis cualquier referencia a un universal antropológico que nos hiciera creer, erróneamente, que el hombre tiene miedo a la muerte por naturaleza. No es verdad. En los albores de la civilización occidental, cuando el mundo grecolatino disfrutaba de un apogeo inaudito en Europa, la reflexión y acepción de la muerte disfrutaba de connotaciones mucho más positivas que en nuestros días. Se concebía como un componente dialógico de la vida, que merecía atención y culto. Lamentablemente, la penetración del cristianismo en el imaginario colectivo sobre la muerte, auspiciada por una teología omnipresente en la vida comunitaria y la supresión de la moral como reflexión crítica, ha relegado a la muerte a un plano ulterior, no vital o positivo, que se relaciona con aquello que no podemos conocer racionalmente, que no puede ser explicado y que supone un tránsito hacia otra dimensión de lo real conocido como "el más allá". Gilipolleces. La muerte es un fenómeno natural, que supone la supresión de nuestra conciencia y el agotamiento de nuestro aparato biológico. Es, además, un proceso humano, en la medida en que es susceptible de ser analizado en términos humanos; es decir, podemos reflexionar sobre él, plasmarlo en el cine o la literatura, escribir tesis al respecto o dialogar sobre su naturaleza. Pero todo ello se vuelve complicado en un mundo temeroso de Dios, un mundo que prefiere no hablar sobre aquello que se desconoce o que produce pavor. En aras de contribuir a paliar dicha carencia, propongo un breve análisis de la idea de la muerte como un elemento esencial para poder comprender el valor de la vida.
A mi modo de ver, la muerte dispone de, al menos, tres dimensiones. En primer lugar, la muerte es un evento físico; esto es, evolutivo o biológico, sometido a la entropía que rige el universo, y que pone sobre la mesa la faceta adaptativa del ser humano. La muerte es una adaptación útil para preocuparse por hacerlo lo mejor posible a la hora de pasar nuestros genes a las siguientes generaciones. Por lo general, la muerte en sentido físico se expresa en el dolor de la pérdida ajena; o sea, cuando perdemos a alguien, la muerte se individualiza en nosotros físicamente. En segundo lugar, la muerte es un fenómeno metafísico, dado que encierra un ineludible componente espiritual o filosófico. La muerte en su dimensión metafísica revela el carácter fragmentario de la existencia humana, y exige una pregunta radical por la vida, por su valor. En esta ocasión, el afecto o pasión que interviene no es el dolor, sino la angustia. La angustia es una disposición fundamental que nos sitúa ante el horizonte de la nada, de la aniquilación total de la existencia. Revaloriza, por ende, la propia continuidad y dignidad de la vida. Y, en tercer lugar, la muerte envuelve una dimensión epistemológica; es decir, la muerte supone una ruptura con nuestro conocimiento de lo real. No sabemos que hay tras la muerte, y por ello nos las ingeniamos con especulaciones variopintas. La incertidumbre opera aquí como hilo conductor.
En todo caso, y tras esta breve reflexión, se pone de manifiesto la importancia de la muerte. De pensarla, ponerla en común y hablarla; de lo contrario, la vida irá perdiendo poco a poco terreno y entidad. El miedo a la muerte es útil siempre y cuando sea consciente, interiorizado y admitido por el total de la sociedad. En su defecto, la muerte es, en el mejor de los casos, una patología sin resolver que nos priva de la lucidez necesaria para poder vivir.
Comentarios
Publicar un comentario