Según Erich Fromm, el amor no es un objeto, sino una actitud madura ante el mundo que se expresa de diversas formas, a saber, amor erótico, amor fraternal, amor propio, amor a Dios... Tal vez el hecho de que no se entienda el amor hoy como una actitud se deba a la presencia casi total en la vida cotidiana de ese "amor posmoderno", líquido. No es un secreto que la principal influencia hoy en el amor viene dada e impuesta al imaginario colectivo por representaciones infantiles, desvirtuadas del amor. El amor-tipo es un amor fugaz, objetual, orientado principalmente a satisfacer nuestra faceta de consumidores. Las relaciones no se maduran, pues no se entiende que el amor sea un elemento incardinado en el crecimiento personal; no se ve el amor como un proceso de aprendizaje, sino como una necesidad asociada al impulso sexual que tiene que satisfacerse. En ese sentido, el amor es visto y comprendido bajo el mismo prisma que la alimentación, el aire que respiramos, la necesidad de dormir ocho horas diarias y otras tantas necesidades básicas.
En síntesis, podemos afirmar que la mercantilización del amor está presente en nuestros días de manera palpable, sometiendo las relaciones amorosas a patrones de conducta socialmente aceptados y promovidos. En última instancia, el amor es hoy una relación de poder que reproduce un dominio de los cuerpos claramente autodestructivo: dedicamos gran parte de nuestro tiempo y esfuerzo a mejorar nuestro cuerpo, nuestra presencia física, con tal de aumentar de categoría en el mercado del amor y optimizar de este modo nuestras posibilidades de terminar en una relación satisfactoria. Nada más alejado de la realidad. En verdad, nos sometemos inconscientemente al dominio de lo público sobre nuestra propia singularidad. Por tal razón, es conveniente auspiciar y consolidar una actitud de crítica, de deconstrucción del modelo de amor imperante, lo que en la práctica equivale a emanciparse de las relaciones de poder difuminadas en las prácticas sociales habituales. Es necesario, pues, contribuir a la proliferación de discursos heterogéneos acerca del amor, ya que el amor no es un hecho, sino una construcción. Y como tal, está abierta a diferentes posibilidades. Frente a la cerrazón del amor, resaltar su total y absoluta contingencia.
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