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House of cards: a vueltas con el pragmatismo norteamericano

Esta misma noche he terminado la segunda temporada de "House of cards", serie producida por Netflix, dirigida por David Fincher y protagonizada por el versátil Kevin Spacey y la exquisita Robin Wright. El argumento principal narra el vertiginoso ascenso político de Frank Underwood, un congresista demócrata para quien el poder es lo único que importa. La ambición desmedida y el afán de destrozar a todos sus rivales son los rasgos que caracterizan a nuestro personaje principal; este conseguirá urdir junto a su bellísima y fría esposa Claire toda una red de mentiras y calumnias enfocadas a la consecución de sus metas políticas. En efecto, para Frank Underwood las ideas no tienen ningún valor; su descarado pragmatismo solo es equiparable al cinismo que ejerce en cada una de las tretas y engaños recurrentes capítulo tras capítulo. Usa a las personas como medios para alcanzar sus objetivos y no duda en manipular concienzudamente.

Pero a pesar de su atractivo y sus muchas virtudes, como la elegante banda sonora o la ejecución magnífica de la dirección, la serie adolece de varios giros poco creíbles que merman la credibilidad de la trama general. Además, el desarrollo es bastante denso y profundiza en aspectos muy técnicos de la política estadounidense, algo poco atractivo para la galería europea. Aun así, es un thriller digno de lo mejor de los dos últimos años en cuanto a televisión se refiere. Por otro lado, no sé existe un transfondo moralista, o cuál es el mensaje que se intenta transmitir, pero el caso es que uno no necesita emitir un juicio de valor para disfrutar de una serie que retrata a la perfección el lado más oscuro del mundo de la política. Al final, solo la incomprensión de lo que hace Underwood podrá situarnos en posición de criticarlo. En definitiva, una serie altamente recomendable.

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