
El caso es que mientras veía la serie tuve que volver atrás varias veces porque el despiste se paga caro en la confección de una trama tan complicada como coherente. De hecho, tenía la sensación de que los capítulos, tan largos (aproximadamente de una hora y media) como interesantes, no eran sino un epifenómeno de algo más profundo y vertical, el duelo intelectual entre Sherlock y Moriarti. De esta forma, en el diferir espacial que dejan las rápidas deducciones del maestro Sherlock hay un hueco estrecho en que el espectador se ve obligado a realizar una doble tarea: seguir los pasos de las inferencias del protagonista al tiempo que intenta hilvanar y situar esa historia en el marco general de los maquiavélicos planes de Moriarti. Y bueno, la verdad es que se agradece que una serie intente hacerte pensar al tiempo que te entretiene, sin olvidar por supuesto sus grandes momentos de humor e ironía (los cuales se acentúan mucho más en las últimas películas de Sherlock, protagonizadas por los gigantescos Robert Downey Jr. y Jude Law). Ahora bien, prepara tu memoria a base de ingerir fósforo si tienes intención de ver la serie porque hay momentos no aptos para olvidadizos.
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